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“Un par de meses antes de su muerte, ella me dijo que en caso fallecer quería que el dinero que tenía depositado en dos cuentas bancarias fuera donado a dos fundaciones que atienden a niños con problemas de salud. Una de ellas era la Pérez Scremini. Yo en ese momento por razones obvias no quise profundizar. Más bien le resté trascendencia al tema, diciéndole que el fallecimiento no se iba a dar, ya que las expectativas del tratamiento que estaba recibiendo eran muy buenas. Pero que se quedara tranquila, que en el peor de los casos su deseo sería cumplido. Su decisión me pareció de una gran humanidad y en verdad me siento orgulloso de la misma. Si su historia pudiera servir de ejemplo para que otras personas tomen una actitud similar, sería realmente gratificante. Pero conociéndola, sé que preferiría que esa historia se contara en forma anónima”.

Anónimo.

“Marina era abogada, una mujer muy independiente, no tuvo hijos y le gustaba mucho viajar. También era muy sensible y muy firme en sus ideas, con convicciones muy fuertes. Vivió la vida a su manera. Ella había sido operada de cáncer de mama unos cuantos años atrás. Pensamos que lo había superado. Pero en 2016 me llamó para contarme que le habían diagnosticado cáncer de nuevo. Y un día me dijo que ya había tomado una decisión y que quería que yo me ocupara de la donación de sus bienes y cuentas bancarias a la Pérez Scremini. Ella era una persona muy generosa y siempre hacía donaciones, pero nunca habíamos hablado de la Fundación. Le pregunté por qué y me dijo: ‘Yo ya viví la vida, pero no quiero que la vida de un niño se trunque por el cáncer. Si mi colaboración ayuda a la investigación y el tratamiento, es lo único que quiero’. Hasta el último momento de su vida hizo el bien. Siempre me sentí muy orgullosa de que mi amiga, mi hermana de la vida, hiciera lo que hizo”.

Adriana Servetti, amiga de Marina Comesaña

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“Florentina era la menor de 10 hermanos, nacidos en pueblo Soca, Canelones. Hacía 40 años que vivía en Empalme Olmos. Nunca se casó, quedó en el pueblo cuidando a sus padres y después quedó solita. Heredó la chacra en la que había vivido con sus padres y en su testamento pidió que fuera donada a la Fundación. Si bien al principio hablaba de donarla a la iglesia, luego cambió de opinión. Siempre pensaba en los niños. En los últimos años se estuvo informando y se decidió por la Pérez Scremini. Era una buena persona. Siempre fue muy solidaria. Como familiar, me alegra que haya tenido ese fin”.

Jorge Ginar, sobrino de Florentina Ginar

Silvia Orendi conoce al Dr. Ney Castillo “de toda la vida”. Así es que desde los inicios de la Fundación se ha comprometido con la cura del cáncer en niños y adolescentes. “Hay que hacer algo por los que lo necesitan”, asegura. Ella hizo una importante donación para el laboratorio de Biología Molecular y también dejó su vivienda como legado, manteniendo el usufructo de la propiedad. Pero además, cada mes aporta “lo que le sobra” a la Pérez Scremini. Su compromiso y generosidad son orgullo e inspiración para todos en la Fundación.

Silvia Orendi

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Mario Uthurburu era una persona muy generosa, cuenta su prima Grisel. Si bien nació en una familia grande y siempre estuvo rodeado de niños, no se casó ni tuvo hijos. De joven trabajó como chef y estuvo unos años viviendo en Buenos Aires, pero luego regresó a Montevideo, ingresó como funcionario municipal y trabajó en el Jardín Botánico hasta su jubilación. Decidió dejar como única y universal heredera a la Fundación Pérez Scremini. Falleció en 2023, a los 77 años. Su nombre quedará plasmado en una pared de la Fundación. Y su legado es hoy parte de la cura del cáncer de niños y adolescentes.

Grisel, prima de Mario Uthurburu

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